(1942-2024)
30 años de democracia : las promesas incumplidas
En: Revista Ñ. -- Vol. 532 (dic., 2013). --
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La política resolvió sus tensiones; no hubo un nuevo golpe militar, pero la realidad comprobó que sólo con democracia no se come ni se educa. El 10 de diciembre de 1983, Raúl Alfonsín, al asumir la presidencia ante la Asamblea Legislativa, dijo: "¿De qué serviría el protagonismo popular, de qué serviría el sufragio, si luego los gobernantes, elegidos a través de los votos, se dejaran corromper por los poderosos?" Sarlo dice que al leer hoy esas palabras, comprende que lo que sucedió en la década menemista estaba encerrado entre esos signos de interrogación . La pregunta de Alfonsín pone en escena el drama de la política. En el momento mismo en que se recuperaba la democracia, el presidente electo enunciaba el obstáculo que la democracia encontraría inexorablemente.
Alfonsín tuvo su proyecto, que la situación económica y sindical pulverizó. Menem logró el Pacto de Olivos que introdujo la reelección.
Durante los falsos años del menemismo, los argentinos de capas medias adoraron un ídolo atractivo y cruel, cuyo rito fue el video-game de la convertibilidad. Miami estaba en los nuevos shoppings tanto como en la Florida y el país de la Villa Miseria, no simplemente como tipo de urbanización precaria sino como concepto. La villa miseria es un complejo atlas con muchos mapas: el de la indigencia, el desempleo, la precariedad, el narcotráfico, la desigualdad y la inseguridad para siempre (o como si fuera para siempre, porque quien la sufre no hace diferencias temporales ni periodiza como si tuviera futuro). Eso fue transcurriendo durante la cínica década menemista y los dos años de la Alianza, impotente, desarmada.
En enero de 2002, Duhalde asumió la presidencia de un país irreconocible, casi sin moneda ni Estado.
Muchas muertes se sucedieron: La de Kostecki y Santillán, Cabezas, asesinado por una foto prohibida de Yabrán: los cuerpos alineados en la vereda de Cromañón, que ni Néstor Kirchner ni Aníbal Ibarra quisieron ver en su presencia material: los del accidente de Once, que Cristina Kirchner no mencionó, la fila de los liquidados uno a uno: militantes sindicales, militantes sociales, Qom). Durante varios años, desde el 2003 se creció gracias a condiciones externas excepcionales, pero la corrupción fue una táctica para fabricar leales. Se mintió con todos los datos públicos, como si "la década ganada" necesitara de esa mentira para sostenerse. El personalismo no tuvo frenos; pero también surgió una nueva militancia política, activa, obsecuente, fanática, ambiciosa, sabedora de que ocupar el Estado es tan importante como ocupar el territorio. Sin ilusión, la democracia es esto: partidos depreciados y en crisis, militancias burocráticas, desigualdad. Las capas medias viven la era del desencanto y los pobres confían, quizá sin esperanza en el Estado. Después de treinta años hay una promesa incumplida.
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